EL HOSPITAL PECERA

hospital pecera
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    Los ojos de mi niñez siempre se han reflejado en una pecera, una pecera redonda en que un precioso pez tropical vagaba y dormitaba dando vueltas interminables. Sus ojos eran vivos, saltones y jugueteaba con graciosas pompas que recorrían las aguas cristalinas de su habitáculo. No era entendible para mi razón que ese espléndido animal mimado hasta la saciedad con todo tipo de detalles: pienso, decorativos y acompañamiento musical y que tenía un protagonismo reservado en el salón, empezaba a enfermar muy pronto , independientemente que insistíamos y nos desvivíamos para que no le faltara nada. Sus escamas empezaban a tornarse con coloración pajiza , sus ojos a hundirse y el pececillo suplicaba con su hocico una ayuda porque se asumía enfermo. Todas las mascotas que entraban, al poco perdían su brillo y vivacidad y poco a poco eran recogidos inertes y trasladados a las jardineras donde tenían su cementerio particular. Un enorme acuario con filtros y termostato para peces tropicales fue quien sustituyó a esa pecera como solución al problema de la alta siniestralidad de las mascotas de la familia.


    En la vida real varias peceras se pasean por nuestra vida y sin cuestionarse son la raíz de nuestros insatisfacciones y mazmorras. La única diferencia, quizás, es que el pez no muestra su interés por aquello que le rodea porque no se plantea abandonar su zona carcelaria. Tiene a su alrededor su zona de confort, no ansía nada más y tampoco entiende que fuera de la pecera hay otro mundo de experiencias que le invitarían a vivir de otro modo.

    He tenido la oportunidad de tener una experiencia carcelaria similar en un edificio con pasillos largos, blancos e impolutos. En ellos se pasea con caminar lento, rápido , dubitativo, ansioso, atropellado, urgente, y algunos lo abandonan con ayudas externas que apuntalan esta marcha con determinación nerviosa al recibir el alta médica.

    Yo también salí con urgencia, tarde, al ser relevada en mi ocupación de acompañante-cuidador. Era extrañamente fuera de horario de cafetería de hospital y la huida me deparó la sorpresa de un precioso y frondoso seto a la entrada del recinto. Contemplé una preciosa flor amarilla acampanada que, a pesar del calor de septiembre, desafiaba encarándose con mi descaro al mirarla. ¿Sabéis por qué la he fotografiado? Porque la flor no se veía desde el ventanal del pasillo porque es un hospital - búnker con rejas horribles que no deja ver las flores del jardín. Y las flores se me antojaron hermosas desde fuera porque no se veían desde dentro… quizás la gente en su interior está más atormentada y nerviosa y más agobiada por no ver flores a su alrededor… solo luz eléctrica y luz filtrada estéril con fragancias de limpiadores sanitarios. Al final enfermamos de verdad porque no apreciamos las flores que tenemos al lado.


    Quizás nosotros los sanitarios nos agotamos trabajando , prolongando turnos y contando los días para coger descansos o vacaciones que no consiguen su objetivo. En esa vorágine espiral no nos preocupamos de mirar las montañas , el jardín, la luz del sol y sin darnos cuenta no nos apercibimos que estamos enrejados, aislados,… Nos conformamos con los pasillos blancos desinfectados y no echamos en falta un paseo,un rato de relax, un trocito de cielo… Es una reflexión que me hago a propósito de tanta verja.


    La fachada de colores que se levanta soberbia, imponente y arquitectónicamente irreprobable arriba , corresponde a una tapia punteada de colorines que es un muro infranqueable que ni deja ver a su través la calle. ¿Para qué? De este modo la gente no pasea por el pasillo porque es largo, frío y tiene un callejón sin salida (que es el armazón opaco). Nuestro paseo se interrumpe irremediablemente cuando tropezamos con carros, grúas, monitores y un devenir constante de personal uniformado con paso acelerado. Es improbable que nos proporcione relax y evasión un escenario que es artificial, enlatado, distanciado, ajeno a nuestra condición. Y así de forma muy sutil se invita a los pacientes a estar en su habitación, donde sí hay ventanal con vistas.


    Hoy mientras caminaba marcando ese paso aburrido y monótono me encontraba ensimismada, atenazada por llamadas repetidas de avisos de atención. Poco a poco, claustrofobia y una sensación de angustia particular que se trasmite sin darnos cuenta a los pacientes y cómo no , a los sanitarios que se “ queman “ cuanto más tiempo pasan en el “hospital pecera”. Cuán diferente sería todo si el final del pasillo tuviera un pequeño pulmón ajardinado aunque fuera protegido por mamparas desinfectadas o un punto de libro para evadirnos de horas, días, semanas, meses de días con sus respectivas noches de cansancio al lado de la cama de hospital.


    Esta tarde Sonrisa Médica se ha tropezado conmigo y de forma deliberada he querido cambiar su ritmo rápido de visitas por un encuentro cálido, personal con un toque de humor que ha roto el sonido de alarmas y bombas de perfusión. Una explosión de pinturas, maquillaje, nariz de payaso, disfraz multicolor se combinan y no entran en disonancia con el pasillo largo, blanco del hospital pecera. Su música envuelve y cambia el gesto inmóvil de mi madre por un ceño de sorpresa y signo de admiración.

    Necesitamos aire para respirar espacios para meditar y entretenerse haciendo volar la imaginación en rincones adornados de libros. 

Edificar puentes con textos universales.

Compañía de versos y prosa que acompañen y consuelen cuando faltan palabras para aconsejar en el duelo.

Versos amables en la bienvenida a la vida.

Palabras ritmadas con el desasosiego de la incertidumbre cuando el diagnóstico se torna en motivo de insomnio y desazón.

Yo apuesto por un árbol y un libro con sonrisa acompañada en cualquier edificio público donde dar la bienvenida con una frase construida sobre el RESPETO que merecen todas y cada una de las personas (sanitarios y no sanitarios) que entran y salen por su puerta. Este eslogan debe hablar de los principios que hemos defendido todos en este año y medio de grandes sacrificios por una epidemia de coronavirus que nos alcanzó a todos de improviso.

También desde el respeto de nuestros seres queridos que nos han dejado, con la satisfacción del deber cumplido en cada uno de los escenarios y de las diferentes olas que se han sucedido inmisericordes sin tregua en este año y medio de Pandemia del COVID-19.

Para todos ellos un Recuerdo Memorial y un abrazo hermanado entre pacientes y sanitarios en la isla de Ibiza.

Dra. Encarna Ballesteros Martínez

Médica de familia

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